Tanagra, el pequeño poblado de Beocia situado al norte del Ática en cuyas tumbas se encontró, a partir de las excavaciones en el siglo XIX, una multitud de graciosas figuritas de terracota, casi todas fe-meninas con gran variedad de poses y gestos, ataviadas con túnicas, mantos profusamente drapeados y una policromía sorprendente, le dio el nombre -que todavía conservan- a estas estatuillas, aunque después otras aparecieron en diferentes lugares de Grecia. Una joven de delicadas facciones y elegante peinado en el que se observan vestigios de color, vestida con largo jitón cuyos pliegues le llegan hasta los pies y cubierta totalmente por un amplio himatión, ladea graciosamente la cabeza mientras sostiene un abanico con su mano izquierda. Tal atuendo nos hace pensar en una joven ateniense, vestida como las mujeres de clase aristocrática que, quizás al tener que salir en un día de caluroso verano, trata de refrescarse del sofocante clima de los Balcanes con su abanico. Estatuillas de este tipo, en que la gracia de la figura se une al elemento cotidiano con asombrosa inmediatez, ejemplifican el encanto principal de las figuritas de Tanagra.